lunes, 27 de junio de 2011

FOGWILL LEE "ADENTRO Y AFUERA"



Dialogo entre Quique Fogwill y Gustavo Nielsen en oportunidad de revisar el borrador de “Adentro y Afuera”. Participa Vera Fogwill. Grabado en 1993.

Fogwill: La propuesta mía era leerlo en voz alta…
Nielsen: Dale.
F: “Tuve el primer sueño el día que empecé a trabajar en lo de Gómez. Yo subía al entrepiso por una escalera de madera, encendía la luz. Era un desván con porquerías, cajas atadas, ventiladores y baúles. Iba a buscar una jaula de las que había en el piso, apiladas contra la pared derecha del cuartito. Las jaulas estaban cubiertas por una sábana sucia.”
Tiene un ritmo esto, es brutal, [a Vera] ¿te gustó o no?, ¿viste el ritmo?... y eso que no lo marqué.
Yo te digo, en este párrafo, te digo una boludez, esto es un capricho personal mío, yo no diría jamás “encendía la luz”; pero ya está casi perdonado en la literatura que la gente dice “ascienden escaleras”, “manejan automóviles”, “encienden cigarrillos”… una prende cigarrillos; sube escaleras, no asciende; anda en auto, no en automóvil…
N: ¿Pero la luz no es una de las cosas que se enciende?
F: ¿Pero vos qué…? ¿Vos le decís a una mina después de coger “prendé la luz” o “encendé la luz”?
N: Prendé la luz.
F: Es una cosa natural. “‘¿Está el señó Nielsen?’ ‘No se encuentra.’” Boluda, “no está”, ¿cómo “no se encuentra”?
“Arranqué las sábanas de un tirón. Detrás de los barrotes, sorpresivamente, vi pájaros muertos, secos, apoliyados. Fue algo muy desagradable para mí porque entendí que las jaulas se guardaron con los pájaros piando y que ellos, después, murieron de hambre y oscuridad y se descompusieron sobre la bandeja de hojalata, adentro. Pensé en la locura de esos pájaros, se lo dije a Gómez pero no me escuchó.”
En este párrafo hay un error de ortografía. “Polillas” con “ll”. “Apoliyar la siesta” es con “y”.
N: Ah.
F: Vos no podés publicar un libro donde aparezca un error de ortografía.
N: No, claro.
F: Porque te vas a la mierda, ¿viste? Te lo van a perdonar…

miércoles, 22 de junio de 2011

LA SUPERSTICIOSA ÉTICA DEL LECTOR (Jorge Luis Borges)


La condición indigente de nuestras letras, su incapacidad de atraer, han producido una superstición del estilo, una distraída lectura de atenciones parciales. Los que adolecen de esa superstición entienden por estilo no la eficacia o la ineficacia de una página, sino las habilidades aparentes del escritor: sus comparaciones, su acústica, los episodios de su puntuación y de su sintaxis. Son indiferentes a la propia convicción o propia emoción: buscan tecniquerías (la palabra es de Miguel de Unamuno) que les informarán si lo escrito tiene el derecho o no de agradarles. Oyeron que la adjetivación no debe ser trivial y opinarán que está mal escrita una página si no hay sorpresas en la juntura de adjetivos con sustantivos, aunque su finalidad general esté realizada. Oyeron que la concisión es una virtud y tienen por conciso a quien se demora en diez frases breves y no a quien maneje una larga. (Ejemplos normativos de esa charlatanería de la brevedad, de ese frenesí sentencioso, pueden buscarse en la dicción del célebre estadista danés Polonio, de Hamlet, o del Polonio natural, Baltasar Gracián.) Oyeron que la cercana repetición de unas sílabas es cacofónica y simularán que en prosa les duele, aunque en verso les agencie un gusto especial, pienso que simulado también. Es decir, no se fijan en la eficacia del mecanismo, sino en la disposición de sus partes. Subordinan la emoción a la ética, a una etiqueta indiscutida más bien. Se ha generalizado tanto esa inhibición que ya no van quedando lectores, en el sentido ingenuo de la palabra, sino que todos son críticos potenciales.

miércoles, 8 de junio de 2011

CUANDO LA VERDAD NO SIRVE (John D. Fitzgerald)





Si no es usted capaz de mentir exageradamente es poco probable que sea capaz de escribir ficciones. Según me parece, fue Shakespeare quien dijo que la intriga no es más que una mentira. Ya los juglares descubrieron que si no mentían y exageraban se morían de hambre; fue así como un animal salvaje que mató a una oveja en una provincia lejana se convirtió en un dragón que devoró diez hombres, varias mujeres y niños.

Dado que el noventa y nueve por ciento de los relatos publicados son sobre conflictos, lo más importante que debe aprender un narrador joven que quiera aprender a escribir este tipo de relatos es cómo hilvanar una intriga de conflicto. El diccionario nos dice que un conflicto es "una situación o un detalle de un personaje que viene a enredar la intriga central." No queremos discutir con el Diccionario; para nuestros propósitos cuando use la palabra conflicto será más fácil si piensan en ella como un problema o una crisis, o ambas cosas, que el personaje atraviesa en algún relato. He aquí mi definición: Un relato de conflicto es la presentación de, y la solución a, un enredo en la vida de uno o más personajes de una obra de ficción, vida que debe ser mucho más interesante que la real, y al mismo tiempo creíble para el lector.

viernes, 3 de junio de 2011

LO QUE UN BUEN CUENTO OFRECE (Marcelo Cohen)



Todavía, aunque ya sea algo tarde, se oye repetir que la novela puede ganarle al lector por puntos, pero el cuento debe dejarlo KO. Nunca me gustó este símil poco ingenioso; pienso que ni el gran cuentista que lo dejó escapar ni muchos de los hinchas que lo propagan se pararon nunca a considerar lo que esconde. En dos escritores que admiro y diferentes entre sí a más no poder, Macedonio Fernández y William Burroughs, encontré una idea más penetrante: la literatura debe aspirar a conmover integralmente la conciencia del lector. Parece claro que esa conmoción no debería parecerse en nada a la conmoción cerebral que causa un cascotazo en la cabeza. Si se habla de combate, y no hay poco de eso en la lectura, prefiero que el que entablan lector y autor sea mental, o, mejor todavía, que el éxito o el fracaso del autor se parezcan al del buen anfitrión. Aquí le ofrezco este lugar. ¿Le gustaría vivir en él una temporada? ¿Y qué le parece la idea de volver más adelante?